martes, 14 de junio de 2011

Babilonia la Grande La Madre De Las Rameras y de las Abominaciones de la Tierra

-Culto a la madre e hijo

-Babilonia: Cuna de falsas religiones

Uno de los ejemplos más sobresalientes de cómo el paganismo babilónico ha continuado hasta nuestros días, puede verse en la forma en que la Iglesia Católica Romana inventó el culto a María, para reemplazar el antiguo culto a la diosa –madre de Babilonia. Como dijimos en el capitulo anterior, después de la muerte de Nimrod, su adúltera esposa dio a luz a un hijo del que afirmó había sido concebido sobrenaturalmente. Proclamó que éste era un dios-hijo; que era Nimrod mismo, su líder, que había renacido y que tanto ella como su hijo eran divinos.[1] Esta historia era ampliamente conocida en la antigua Babilonia y se desarrolló en un culto bien establecido, el culto de la madre y el hijo. Numerosos monumentos de Babilonia muestran la diosa madre Semiramis con su hijo Tammuz en sus brazos (véase ilustración).[2]

Ahora, cuando el pueblo de Babilonia se disperso en las varias áreas de la tierra, llevaron consigo el culto a la divina madre y al dios-hijo. Esto explica por qué todas las naciones en tiempos pasados adoraban a la divina madre y a su hijo de una u otra forma, aún siglos antes de que el verdadero Salvador, nuestro Señor Jesucristo naciera en este mundo. En los diversos países donde se extendió este culto, la madre y el hijo eran llamados de diferentes nombres debido a la división de los lenguajes en Babel, pero la historia básica seguía siendo la misma.

Entre los chinos, se llamaba a la diosa madre Shingmoo (Santa madre), y se representa con un niño en los brazos y rayos de gloria alrededor de su cabeza.[3] Los germanos veneraban a la virgen Hertha con un niño en los brazos. Los escandinavos la llaman Disa y también la presentaban con el niño en brazos. Los etruscos la llamaban Nutria; en India, la Indrani, que también era representada con un niño en los brazos, y también, entre los druidas, adoraban a la Virgo Paritura como a la madre de dios.[4]

La madre babilónica era conocida como Afrodita o Ceres, por los griegos; Nana, por los sumerios, y como Venus o Fortuna por sus devotos en los viejos días de Roma; su hijo era conocido como Júpiter.[5] La ilustración muestra a la madre y al hijo como Devaki y Crishna(Krishna).

Por algún tiempo, Isi, la gran diosa y su hijo Iswara, han sido venerados en la India, donde se han erigido grandes templos para su culto.[6] En Asia la madre era conocida como Cibeles, y su hijo Deoius. «Pero no tomando en cuenta su nombre o lugar –dice un escritor–. Era la esposa de Baal, la reina-virgen del cielo quien dio fruto sin haber concebido» [7].

Cuando los hijos de Israel cayeron en apostasía, ellos también se descarriaron con este culto de la diosa-madre. Como podemos leer en el libro de Jueces 2: 13, «Y dejaron a Jehová y adoraron a Baal y a Astaroth». Astaroth era el nombre bajo el cual la diosa era conocida por los hijos de Israel. Da vergüenza el pensar que aun aunque aquellos que conocían al Dios verdadero, se alejaban de él y adoraban a la madre pagana, pero eso es exactamente lo que hicieron.[8] Uno de los títulos bajo el cual era la diosa conocida por los israelitas, era el de reina del cielo, como leemos en Jeremías 44: 17-19. El profeta Jeremías los reprendió por venerarla, pero ellos se revelaron a pesar de su advertencia, y fue así como trajeron sobre sí mismo una plena destrucción por la mano de Dios.

En Efeso, la gran madre era conocida como Diana; el templo dedicado a ella en esa ciudad era una de las Siete Maravillas del Viejo Mundo. Y no solamente en Efeso, sino también a través de Asia y del mundo entero era venerada la divina madre (Hechos 19: 27).

En Egipto, la madre babilónica era conocida como Isis, y su hijo como Horus. Nada es más común, en los monumentos religiosos de Egipto, que el infanta Horus sentado en el regazo de su madre (véase ilustración).

El culto a la madre y al hijo era conocido en tiempos pasados, pues en 1747 se encontró un monumento religioso en Oxford, de origen pagano el cual exhibe a una mujer alimentando a un infante. «Así vemos –dice un historiador– que la virgen y el hijo eran venerados en tiempos anteriores desde China hasta Bretaña... y aún en México la madre y el hijo eran venerados».[9]

Este culto falso se esparció desde Babilonia a varias naciones, con diferentes nombres y formas; finalmente, se estableció en Roma y a través del Imperio Romano. Dice un notable escritor de esta época: «El culto a la grandiosa madre... era muy popular en el Imperio Romano. Existen inscripciones que prueban que los dos (madre e hijo) recibían honores divinos, no solamente en Italia –especialmente en Roma– sino también en las provincias, particularmente en África, España, Portugal, Francia Alemania y Bulgaria».[10]

Después de la muerte de Nimrod, su esposa, la reina Semiramis, lo proclamó como el dios-Solar. Más tarde, cuando esta mujer adúltera e idolatra dio a luz a un hijo ilegítimo, proclamó que su hijo, Tammuz de nombre, no era más que el mismo Nimrod renacido. Ahora, la reina-madre de Tammuz, sin duda que había escuchado la profecía de la venida del Mesías, que nacería de una mujer, pues esta verdad era muy conocida desde el principio (ver Gén. 3: 15). Satanás había engañado primero a una mujer, Eva; pero más tarde, a través de una mujer, habría de venir el Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Satanás, el gran falsificador, sabía también mucho del plan divino. Fue así que comenzó a suplantar falsedades acerca del verdadero plan, siglos antes de la venida de Jesús.

La reina Semiramis, como un instrumento en manos de Satanás, reclamaba que su hijo fue concebido de una forma sobrenatural y que él era la semilla prometida, el “salvador del mundo”. Pero no solamente era el pequeño adorado, sino que también la mujer, la madre, lo era también igual (o más) que su hijo. Como podremos ver en las páginas siguientes, Nimrod, Semiramis y Tammuz fueron usados por Satanás para producir una falsa religión –que a veces parece ser como la verdadera–, y su sistema corrompido llenó al mundo.

La mayoría de la idolatría babilónica era acarreada a través de símbolos –por eso era una religión misterio–. El becerro de oro, por ejemplo, era un símbolo de Tammuz, hijo del dios-Solar. Como se consideraba que Nimrod era el dios-Solar o Baal, el fuego era considerado como su representante en la tierra. Se encendían candelabros y fuegos ritualistas en su honor, como lo veremos más adelante. También se simbolizaba a Nimrod por medio de símbolos solares, peces, árboles, columnas y animales.

Siglos mas tarde, Pablo dio una descripción que detalla perfectamente el camino que la gente de Babilonia siguió: «Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni dieron gracias; sino que se hicieron tontos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Diciéndose ser sabios, se hicieron necios y tornaron la gloria de Dios incorruptible, en algo semejante a la imagen del hombre corruptible y de aves y de animales cuadrúpedos y de serpientes…, los cuales cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y sirviendo a la creación en vez de al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amen… Por esto Dios los entregó a efectos vergonzosos» (Rom 1: 21-26).

Este sistema de idolatría se esparció de Babilonia a las naciones, pues fue de este sitio de donde fueron los hombres dispersados sobre la faz de la tierra. (Gén. 11: 9). Como salían de Babilonia, llevaban consigo su idolatría babilónica y sus símbolos misteriosos. Por lo cual, hasta hoy en día encontraremos evidencias de esta religión de Babilonia, ya sea de una o de otra forma, ¡En “todas” las religiones falsas de la tierra! En verdad, Babilonia fue la madre –la precursora– de las falsas religiones e idolatrías que se desparramaron por toda la tierra. Como lo declaran las Escrituras, «porque todas las naciones han bebido del vino de su fornicación» (Jer. 51: 5; Apo. 18: 13).

Además de la prueba escrita de que Babilonia fue la madre, el nido de religiones paganas, también tenemos el testimonio de conocidos historiadores; por ejemplo, Herodoto, el viajero mundial e historiador de la antigüedad. El presenció la religión-misterio y sus ritos en numerosos países y menciona cómo Babilonia fue el nido original del cual todo sistema de idolatría proviene.[4]

Bunsen dice que el sistema religioso de Egipto fue derivado de Asia y “del Imperio primitivo de Babel”. En su conocido trabajo titulado Nínive y sus ruinas, Layard declara que tenemos el testimonio unido de la historia profana y sagrada, que la idolatría originó en el área de Babilonia el más antiguo de los sistemas religiosos.[5]

Cuando Roma se convirtió en un imperio mundial es un hecho conocido que ella asimiló dentro de su sistema a dioses y religiones de todos los países paganos sobre los cuales reinaba.[6] Como Babilonia era el origen del paganismo de estos países, podemos ver cómo la nueva religión de la Roma pagana no era más que la idolatría babilónica que se desarrolló de varias formas y bajo diferentes nombres en las naciones a las que fue.

Teniendo todo en cuenta, notamos que fue durante el tiempo del dominio de Roma que el verdadero Salvador, Cristo Jesús, nació, vivió entre los hombres, murió y resucitó de entre los muertos. Entonces ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo y la Iglesia del Nuevo Testamento fue establecida en la tierra. Y qué gloriosos días fueron esos. Basta solamente con leer el libro de los Hechos para ver cuánto bendijo Dios a sus genes en esos días. Multitudes añadían a la Iglesia, la verdadera Iglesia. Grandes hechos y maravillas hacían como confirmación de Dios a su Palabra. La verdadera cristiandad estaba ungida por el Espíritu Santo, y barría a la idolatría como el fuego en la pradera. Rodeaba las montañas y cruzaba los mares. Hizo que temblaran y temieran los tiranos y reyes. Se decía de aquellos cristianos que habían volteado al mundo de arriba para abajo. Así era su mensaje y su espíritu, lleno de poder.

No habían pasado muchos años cuando comenzaron a proclamarse algunos hombres como “señores” sobre el pueblo de Dios, tomando el sitio del Espíritu Santo; en vez de conquistar por medios espirituales y verdaderos –como lo habían hecho en los primeros días–, éstos empezaron a sustituir la verdad e implantar sus propias ideas y métodos. Se comenzaron a hacer intentos por unir el paganismo con la cristiandad, inclusive en los días cuando el Nuevo Testamento era escrito, porque Pablo menciona que «el misterio de iniquidad ya está obrando» (2 Tes. 2: 7). El nos previene que ha de venir una “apostasía” y que muchos «apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios» (1 Tim. 4: 1). Estas son las doctrinas falsas de los paganos. Para el tiempo en que Judas escribió el libro que lleva su nombre, le fue necesario amonestar al pueblo a que “luchen tenazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”, porque algunos hombres se habían metido disimuladamente y estaban tratando de cambiar la verdad que había sido dada por Cristo y los apóstoles, por falsedades (Jud. 1: 3-4).

El cristianismo se encontró frente a frente con el paganismo de Babilonia establecido en diversas formas en el Imperio Romano. Aquellos cristianos rehusaron tener algo que ver con esas costumbres y creencias. Como resultado de esto, sufrieron muchas persecuciones. Demasiados cristianos fueron acusados falsamente, arrojados a los leones, quemados en estacas y torturados de muchas otras formas. Pero después comenzaron grandes cambios a sucederse. El emperador de Roma profesó haberse convertido. Se dieron órdenes imperiales por toda Roma para que las persecuciones cesaran. Se dieron grandes honores a los obispos. La Iglesia comenzó a recibir aceptación y poder. Pero se tenía que pagar un alto precio por todo esto.

Se hicieron muchas concesiones al paganismo. En vez de que se separara la “Iglesia” del mundo, ésta se hizo parte de él. El emperador, mostrando favoritismo, demandó un sitio de preeminencia en la iglesia, puesto que en el paganismo los emperadores eran considerados como dioses. De ahí en adelante, comenzaron a surgir mezclas de paganismo con cristiandad, como lo saben todos los historiadores.

Tan alarmante como puede parecer, el mimo paganismo que se originó en Babilonia y se había ya esparcido por las naciones, fue simplemente mezclado con el cristianismo –especialmente en Roma–. Esta mezcla produjo lo que hoy en día se conoce como la Iglesia Católica Romana, como han de probar las páginas siguientes.

No es nuestra intención tratar de ridiculizar a nadie con cuyas creencias no estamos de acuerdo. Al contrario, es nuestro deseo sincero que esta información sea un llamado a toda persona que tiene una fe genuina –no importa su afiliación religiosa– para que abandonen las doctrinas babilónicas y sus conceptos, y regresen a la Biblia y a la fe que una vez fue dada a los santos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario